pítulo I
1. Trataremos de la Poética y de sus especies,
según es cada una; y del modo de ordenar las fábulas, para que la poesía salga
perfecta; y asimismo del número y calidad de sus partes, como también de las demás
cosas concernientes a este arte; empezando por el orden natural, primero de las
primeras. En general, la épica y la tragedia, igualmente que la comedia y la
ditirámbica, y por la mayor parte la música de instrumentos, todas vienen a ser
imitaciones. Mas difieren entre sí en tres cosas: en cuanto imitan o por medios
diversos, o diversas cosas, o diversamente, y no de la misma manera. Porque así
como varios imitan muchas cosas copiándolas con colores y figuras, unos por
arte, otros por uso y otros por genio; así ni más ni menos en las dichas artes,
todas hacen su imitación con número, dicción y armonía, pero de estos
instrumentos usan con variedad; v. g., de armonía y número solamente la música
fláutica y citarística, y otras semejantes, cual es la de las zampoñas. Con
sólo el número sin armonía es la imitación de los bailarines; que también éstos
con compases figurados remedan las costumbres, las pasiones y los hechos. Al
contrario, la épica hace su imitación sólo con las palabras sueltas o ligadas a
los metros, usando de éstos o entreverados, o de un género determinado de
versos; estilo que mantiene hasta el día de hoy, pues nada podríamos señalar en
que convenga con los mimos de Sofrón y de Xenarco, ni los discursos de
Sócrates; ni es del caso el que uno haga la imitación en trímetros, o en
elegía, o en otros versos de esta clase. Verdad es que los hombres vulgarmente,
acomodando el nombre de poetas al metro, a unos llama elegiacos, a otros
épicos; nombrando los poetas, no por la imitación, sino por la razón común del
metro; tanto que suelen dar este apellido aun a los que escriben algo de
medicina o de música en verso. Mas, en realidad, Homero no tiene que ver con
Empédocles, sino en el metro. Por lo cual aquél merece el nombre de poeta, y
éste el de físico más que de poeta. Asimismo, aunque uno haga la imitación
mezclando todos los metros al modo del Hipocentauro de Kerémon, que es un
fárrago mal tejido de todo linaje de versos, no precisamente por eso se ha de
calificar de poeta. Acerca, pues, de estas cosas, quede sentado lo dicho. Hay
también algunas imitaciones que usan de todos los instrumentos referidos; es a
saber, de número, armonía y verso; como la ditirámbica y gnómica, y también la
tragedia y comedia; pero se diferencian en que las primeras los emplean todos a
la par; las segundas por partes. Éstas digo ser las diferencias de las artes en
orden a los medios con que hacen la imitación.
2. Además de esto, porque los
imitadores imitan a sujetos que obran, y éstos por fuerza han de ser o malos o
buenos, pues a solos éstos acompañan las costumbres (siendo así que cada cual
se distingue en las costumbres por la virtud y por el vicio), es, sin duda,
necesario imitar, o a los mejores que los nuestros, o a los peores, o tales
cuales, a manera de los pintores. Así es que Polignoto pintaba los más galanes,
Pauson los más feos, y Dionisio los semejantes. De donde es claro que cada una
de las dichas imitaciones ha de tener estas diferencias, y ser diversa por
imitar diversas cosas en esta forma. Porque también en la danza, y en el tañido
de la flauta y de la cítara se hallan estas variedades; como en los discursos,
y en la rima pura y neta; por ejemplo: Homero describe los mejores, Cleofonte
los semejantes, y Eguemón el Tasio, compositor de las Parodias, y Nicocaris,
autor de la Deliada,
los peores. Eso mismo hacerse puede en los ditirambos y en los gnomos, según lo
hicieron en sus composiciones de los persas y de los cíclopes Timoteo y
Filoxeno. Tal es también la diferencia que hay de la tragedia a la comedia; por
cuanto ésta procura imitar los peores, y aquélla hombres mejores que los de
nuestro tiempo.
3. Resta aún la tercera
diferencia, que es cómo se ha de imitar cada una de estas cosas; porque con
unos mismos medios se pueden imitar unas mismas cosas de diverso modo; ya
introduciendo quien cuente o se transforme en otra cosa, según que Homero lo
hace; ya hablando el mismo poeta sin mudar de persona; ya fingiendo a los
representantes, como que todos andan ocupados en sus haciendas. En suma, la
imitación consiste en estas tres diferencias, como dijimos, a saber: con qué
medios, qué cosas y cómo. Por manera que, según una, Sófocles será un mismo
imitador con Homero, en cuanto ambos imitan a los hombres de calidad, y según
otra con Aristófanes, porque entrambos los representan practicando; de donde
dicen que viene el nombre de actos, porque representan a los actores. Que aun
por eso los dorienses se apropian la tragedia y la comedia. De la comedia se
aprecian los megarenses, así los de acá, alegando haber dado ocasión a ella el
tiempo de su behetría; como también los de Sicilia, porque de ella fue natural
el poeta cómico Epicarmo, mucho más antiguo que Conidas y Magnete. De la
tragedia se dan por inventores algunos del Peloponeso, fundados en la
significación de los nombres. A la verdad, éstos dicen que a las aldeas llaman
comarca, como los atenienses pueblos. Así que los comediantes no tomaron el
nombre de hacer comilonas, sino de la dispersión por la comarca, siendo
desechados de la ciudad. A más, que al obrar llaman ellos hacer, y los
atenienses practicar. En fin, de las diferencias de la imitación y de cuántas y
cuáles sean, baste lo dicho.
Capítulo II
1. Parece cierto que dos causas,
y ambas naturales, han generalmente concurrido a formar la poesía. Porque lo
primero, el imitar es connatural al hombre desde niño, y en esto se diferencia
de los demás animales, que es inclinadísimo a la imitación, y por ella adquiere
las primeras noticias. Lo segundo, todos se complacen con las imitaciones, de
lo cual es indicio lo que pasa en los retratos; porque aquellas cosas mismas
que miramos en su ser con horror, en sus imágenes al propio las contemplamos
con placer, como las figuras de fieras ferocísimas y los cadáveres. El motivo
de esto es que el aprender es cosa muy deleitable, no sólo a los filósofos,
sino también a los demás, dado que éstos por breve tiempo lo disfrutan. Ello es
que por eso se deleitan en mirar los retratos, porque considerándolos, vienen a
caer en cuenta y argumentar qué cosa es cada uno, como quien dice: Éste es
aquél; que quien no hubiese visto antes el original, no percibiera el deleite
por razón de la semejanza, sino por el primor de la obra, o del colorido, o por
algún otro accidente de esta especie. Siéndonos, pues, tan connatural la
imitación como el canto y la rima (que claro está ser los versos parte de las
rimas), desde el principio los más ingeniosos y de mejor talento para estas
cosas, adelantando en ellas poco a poco, vinieron a formar la poesía de
canciones hechas de repente.
2. Después la poesía fue dividida
conforme al genio de los poetas, porque los más graves dieron en imitar las
acciones nobles y las aventuras de sus semejantes, y los más vulgares las de
los ruines; primeramente haciendo apodos, como los otros himnos y encomios. Verdad
es que antes de Homero no podemos citar poema de ninguno a este tono, siendo
verosímil que hubiese muchos; mas empezando de Homero, bien podemos, cual es su
Margites y otros tales; donde vino como nacido el verso yámbico, que aún por
eso se llama yámbico ahora el verso burlesco; porque en este metro se zumbaban
a coros, y así, entre los antiguos, salieron rimadores, quién de versos
heroicos y quién de yambos. Mas como en asuntos graves Homero fue grandísimo
poeta (antes el único, no sólo por tratarlos bien, sino porque hace los
retratos al vivo), igualmente ha sido el primero en dar una muestra de las
gracias de la comedia, usando en la representación no de apodo, sino del
gracejo; como sea que el Margites tiene mucha analogía con las comedias, al
paso que la Ilíada
y la Odisea la
tienen con las tragedias. Trazadas que fueron la comedia y la tragedia, de allí
adelante los aficionados a entrambas poesías, la seria y la jocosa, según su
natural inclinación, unos, en lugar de hacer yambos, se hicieron autores de
comedias; otros, en lugar de versos heroicos compusieron tragedias, por ser más
sublimes y más nobles estos asuntos que aquéllos; el averiguar empero si la
tragedia tiene ya o no lo que basta para su perfección, ora sea considerada en
sí misma, ora sea respecto del teatro, eso es otro punto.
3. Por lo demás, haciéndose al
principio sin arte así ésta como la comedia (la tragedia por los corifeos de la
farsa ditirámbica, la comedia por los del coro fálico, cuyas mojigangas duran
todavía en muchas ciudades recibidas por ley), poco a poco fue tomando cuerpo,
promoviéndolas los dichos, hasta descubrirse tal cual forma de ellas. Con eso
la tragedia, probadas muchas mutaciones, hizo punto, ya que adquirió su ser
natural. Entonces Esquilo dividió la compañía de los farsantes de una en dos,
minoró las personas del coro y dispuso el papel del primer actor. Mas Sófocles
introdujo tres personas y la variación de la escena. Además de esto, aunque
tarde, al fin dejadas las fábulas ruines y la dicción burlesca, dando de mano
al estilo satírico, la grandeza de las acciones se representó dignamente. Al
mismo tiempo se mudó el verso de ocho pies en yámbico; bien que al principio
usaban el metro de ocho pies, por ser la poesía de sátiros y más acomodada para
bailar; pero trabándose conversación, la misma naturaleza dictó el metro
propio, porque de todos los metros el yambo es el más obvio en las pláticas, y
así es que proferimos muchísimos yambos en nuestras conversaciones, pero
hexámetros pocos, y eso traspasando los límites del familiar estilo. Por
último, se dice haberse añadido muchos episodios y adornado las demás cosas con
la decencia conveniente; sobre las cuales ya no hablaremos más, pues sería tal
vez obra larga recorrerlas todas por menudo.
4. La comedia es, como se dijo,
retrato de los peores, sí; mas no según todos los aspectos del vicio, sino sólo
por alguna tacha vergonzosa que sea risible; por cuanto lo risible es cierto
defecto y mengua sin pesar ni daño ajeno, como a primera ojeada es risible una
cosa fea y disforme sin darnos pena. En orden a las mutaciones de la tragedia y
por quién se hicieron, ya se sabe; pero de la comedia, por no curarse de ella
al principio, se ignora, y aun bien tarde fue cuando el príncipe dio al público
farsa de comediantes, sino que de primero representaban los aficionados. Mas
formada ya tal cual la comedia, se hace mención de algunos poetas cómicos, dado
que no se sepa quién introdujo las máscaras, los prólogos, la pluralidad de
personas y otras cosas a este tenor. Lo cierto es que Epicarmo y Formis dieron
la primera idea de las fábulas cómicas. Así que la invención vino de Sicilia.
Pero entre los atenienses, Crates fue el primero que, dando de mano a la idea
bufonesca, compuso en general los papeles de los comediantes o fábulas.
5. Cuanto a la épica, ha ido a un
paso con la tragedia, hasta en lo de ser una imitación razonada de sujetos
ilustres; y apártase de ella en tener meros versos y en ser narratoria, como
también por la extensión; la tragedia procura, sobre todo, reducir su acción al
espacio de sol a sol, o no exceder mucho; mas la épica es ilimitada cuanto al
tiempo, y en esto no van de acuerdo, si bien antiguamente estilaban en las
tragedias lo mismo que en los poemas épicos. Sus partes, unas son las mismas,
otras propias de la tragedia. De donde, quien supiere juzgar de la buena y mala
tragedia, también sabrá de la epopeya, porque todas las dotes de ésta convienen
a aquélla, bien que no todas las de la tragedia se hallen en la epopeya. De
ésta y de la comedia hablaremos después.
Capítulo III
1. Hablemos ahora de la tragedia,
resumiendo la definición de su esencia, según que resulta de las cosas dichas.
Es, pues, la tragedia representación de una acción memorable y perfecta, de
magnitud competente, recitando cada una de las partes por sí separadamente, y
que no por modo de narración, sino moviendo a compasión y terror, dispone a la
moderación de estas pasiones. Llamo estilo deleitoso al que se compone de
número, consonancia y melodía. Lo que añado de las partes que obran
separadamente, es porque algunas cosas sólo se representan en verso, en vez que
otras van acompañadas de melodía. Mas, pues se hace la representación diciendo
y haciendo, ante todas cosas el adorno de la perspectiva necesariamente habrá
de ser una parte de la tragedia, bien así como la melodía y la dicción, siendo
así que con estas cosas representan. Por dicción entiendo la composición misma
de los versos y por melodía lo que a todos es manifiesto. Y como sea que la
representación es de acción, y ésa se hace por ciertos actores, los cuales han
de tener por fuerza algunas calidades según fueren sus costumbres y manera de
pensar, que por éstas calificamos también las acciones; dos son naturalmente
las causas de las acciones: los dictámenes y las costumbres, y por éstas son
todos venturosos y desventurados.
2. La fábula es un remedo de la
acción, porque doy este nombre de fábula a la ordenación de los sucesos; y de
costumbres a las modales, por donde calificamos a los sujetos empeñados en la
acción; y de dictámenes a los dichos con que los interlocutores dan a entender
algo, o bien declaran su pensamiento. Síguese, pues, que las partes de toda
tragedia que la constituyen en razón de tal, vienen a ser seis, a saber:
fábula, carácter, dicción, dictamen, perspectiva y melodía; siendo así que dos
son las partes con que imitan, una cómo y tres las que imitan, y fuera de éstas
no hay otra. Por tanto, no pocos poetas se han ejercitado en estas, para
decirlo así, especies de tragedias; por ver que todo en ellas se reduce a
perspectiva, carácter, fábula, dicción, dictamen y melodía, recíprocamente.
3. Pero lo más principal de todo
es la ordenación de los sucesos. Porque la tragedia es imitación, no tanto de
los hombres cuanto de los hechos y de la vida, y de la ventura y desventura; y
la felicidad consiste en acción, así como el fin es una especie de acción y no
calidad. Por consiguiente, las costumbres califican a los hombres, mas por las
acciones son dichosos o desdichados. Por tanto, no hacen la representación para
imitar las costumbres, sino válense de las costumbres para el retrato de las
acciones. De suerte que los hechos y la fábula son el fin de la tragedia (y no
hay duda que el fin es lo más principal en todas las cosas), pues ciertamente
sin acción no puede haber tragedia; mas sin pintar las costumbres puede muy
bien haberla, dado que las tragedias de la mayor parte de los modernos no las
expresan. En suma, a muchos poetas ha sucedido lo mismo que entre los pintores
a Zeuxis respecto de Polignoto: que éste copia con primor los afectos , cuando
las pinturas de aquél no expresan ninguno. Además, que aunque alguno acomode
discursos morales, cláusulas y sentencias bien torneadas, no por eso habrá
satisfecho a lo que exige de suyo la tragedia; pero mucho mejor tragedia será
la que usa menos de estas cosas y se atiene a la fábula y ordenación de los
sucesos. Mas las principales cosas con que la tragedia recrea el ánimo son
partes de la fábula, las peripecias y anagnórisis. Prueba de lo mismo es que
los que se meten a poetas, antes aciertan a perfeccionar el estilo y
caracterizar los sujetos, que no a ordenar bien los sucesos, como se ve en los
poetas antiguos casi todos.
4. Es, pues, la fábula lo supremo
y casi el alma de la tragedia, y en segundo lugar entran las costumbres. Eso
mismo acaece en la pintura; porque si uno pintase con bellísimos colores
cargando la mano, no agradaría tanto como el que hiciese un buen retrato con
solo albayalde; y ya se dijo que la fábula es retrato de la acción, y no más
que por su causa, de los agentes. La tercera cosa es el dictamen, esto es, el
saber decir lo que hay y cuadra al asunto; lo cual en materia de pláticas es
propio de la política y retórica, que aun por eso los antiguos pintaban a las
personas razonando en tono político, y los modernos en estilo retórico. Cuanto
a las costumbres, el carácter es el que declara cuál sea la intención del que
habla en las cosas en que no se trasluce, qué quiere o no quiere. Por falta de
esto algunas de las pláticas no guardan el carácter. Pero el dictamen es sobre
cosas en que uno decide cómo es, o cómo no es, lo que se trata, o lo confirma
en general con algún epifonema. La cuarta es la edición del estilo. Repito,
conforme a lo ya insinuado, que la dicción es la expresión del pensamiento por
medio de las palabras, lo que tiene igual fuerza en verso que en prosa. Por lo
demás, la quinta, que es la melodía, es sobre todas suavísima. La perspectiva
es, sin duda, de gran recreo a la vista, pero la de menos estudio y menos
propia de la poética, puesto que la tragedia tiene su mérito aun fuera del
espectáculo y de los farsantes. Además que cuanto al aparato de la escena es
obra más bien del arte del maquinista, que no de los poetas.
5. Fijados estos dos puntos,
digamos ahora cuál debe ser la ordenación de los sucesos, ya que esto es lo
primero y más principal de la tragedia. Sentamos antes que la tragedia era
remedo de una acción completa y total, de cierto grandor, porque también se
halla todo sin grandor. Todo es lo que tiene principio, medio y fin. Principio
es lo que de suyo no es necesariamente después de otro; antes bien, después de
sí exige naturalmente que otro exista o sea factible. Fin es, al contrario, lo
que de suyo es naturalmente después de otro, o por necesidad, o por lo común; y
después de sí ningún otro admite. Medio, lo que de suyo se sigue a otro y tras
de sí aguarda otro. Deben, por tanto, los que han de ordenar bien las fábulas,
ni principiar a la ventura, ni a la ventura finalizar, sino idearlas al modo
dicho.
6. Supuestas las cosas ya
tratadas, pues que lo hermoso, v. g., un bello objeto viviente y cualquier otra
cosa que se compone de partes, debe tener éstas bien colocadas, y asimismo la
grandeza correspondiente, porque la hermosura consiste en proporción y
grandeza; infiérese que ni podrá ser hermoso un animal muy pequeñito, porque se
confunde la vista empleada en poco más de un punto; ni tampoco si es de
grandeza descomunal, porque no lo abraza de un golpe la vista: antes no
perciben los ojos de los que miran por partes el uno y el todo, como si hubiese
un animal de legua y media. Así que como los cuerpos y los animales han de
tener grandeza, sí, mas proporcionada a la vista, así conviene dar a las
fábulas tal extensión que pueda la memoria retenerla fácilmente. El término de esta
extensión respecto de los espectáculos y del auditorio no es de nuestro arte,
puesto que si se hubiesen de recitar cien tragedias en público certamen, la
recitación de cada una se regularía por reloj de agua, según dicen que se hizo
alguna vez en otro tiempo. Pero si se atiende a la naturaleza de la cosa, el
término en la extensión será tanto más agradable cuanto fuere más largo, con
tal que sea bien perceptible. Y para definirlo, hablando sin rodeos, la
duración que verosímil o necesariamente se requiere según la serie continua de
aventuras, para que la fortuna se trueque de feliz en desgraciada, o de infeliz
en dichosa, ésa es la medida justa de la extensión de la fábula. Dícese que la
fábula es una; no como algunos piensan, por ser de uno solo, ya que muchísimas
cosas suceden a uno en la vida, varias de las cuales de ningún modo forman
unidad; así ni más ni menos varios son los hechos de uno, de los cuales nunca
resulta una acción. Por tanto, yerran al parecer todos cuantos poetas han
compuesto la Heracleida
y Teseida, y semejantes poemas; figurándose que, pues Hércules fue uno, se
reputa también una la fábula. Mas Homero, como en todo lo demás es excelente,
también parece haber penetrado esto, fuese por arte o por agudeza de ingenio;
pues componiendo la Odisea,
no contó todas cuantas cosas acaecieron a Ulises, v. g., haber sido herido en
el Parnaso, y fingido estar loco en la revista del ejército. De las cuales
cosas, no porque una faltase, era necesario o verosímil que sucediese la otra.
Pero cuenta las que concurrieron a la acción determinada, cual decimos ser la Odisea, igualmente que la Ilíada. Es forzoso,
pues, que como en las otras artes representativas una es la representación de
un sujeto, así también la fábula, siendo una imagen de acción, lo sea, y de
una, y de esta toda entera; colocando las partes de los hechos de modo que,
trastrocada o removida, cualquiera parte se transforme y mude el todo; pues
aquello que ora exista, ora no exista, no se hace notable, ni parte es siquiera
del todo.
7. Es manifiesto asimismo de lo
dicho que no es oficio del poeta el contar las cosas como sucedieron, sino como
debieran o pudieran haber sucedido, probable o necesariamente; porque el
historiador y el poeta no son diferentes por hablar en verso o en prosa (pues
se podrían poner en verso las cosas referidas por Herodoto, y no menos sería la
verdadera historia en verso que sin verso); sino que la diversidad consiste en
que aquél cuenta las cosas tales cuales sucedieron, y éste como era natural que
sucediesen. Que por eso la poesía es más filosófica y doctrinal que la
historia; por cuanto la primera considera principalmente las cosas en general;
mas la segunda las refiere en particular. Considerar en general las cosas es
cuál cosa conviene a un tal decir o hacer, conforme a las circunstancias o a la
urgencia presente; en lo cual pone su mira la poesía, acomodando los hombres a
los hechos. Referir las cosas en particular es decir qué cosa hizo o padeció en
realidad de verdad Alcibíades. En orden a la comedia, la cosa es bien clara;
porque compuesta la fábula de sucesos verosímiles, según ésos, ponen a las
personas los nombres que les vienen a cuento; no como los coplistas burlescos,
tildando por sus nombres a sujetos particulares. En la tragedia se valen de los
nombres conocidos, porque lo factible es creíble; mas las cosas que nunca se
han hecho, no luego creemos ser factibles. Al contrario, es evidente que los
hechos son factibles; porque no hubieran sido hechos si factibles no fuesen.
Sin embargo, en algunas tragedias uno o dos nombres son los conocidos, los
demás supuestos; en otras, ninguno es verdadero, como en el Anteo y en la Flor de Agatón, donde las
aventuras son fingidas bien como los nombres, y no por eso deleita menos. Por
lo cual no siempre se ha de pedir al poeta el que trabaje sobre las fábulas
recibidas, que sería demanda digna de risa; visto que las cosas conocidas de
pocos son sabidas, y no obstante, a todos deleitan. De aquí es claro que el
poeta debe mostrar su talento tanto más en la composición de las fábulas que de
los versos, cuanto es cierto que el poeta se denomina tal de la imitación. Mas
lo que imita son las acciones; luego, aunque haya de representar cosas
sucedidas, no será menos poeta; pues no hay inconveniente en que varias cosas
de las sucedidas sean tales cuales concebimos que debieran y pudieran ser,
según que compete representarlas al poeta. De las fábulas sencillas y acciones,
se nota que las episódicas son de malísimo gusto. Llamo fábula episódica
aquella en que se entremeten cosas que no es probable ni forzoso que acompañen
a la acción. Éstas, los malos poetas las hacen por capricho; los buenos, en
gracia de los farsantes, porque haciéndolas a competencia para las tablas, y
alargándolas hasta más no poder, muchas veces se ven precisados a perturbar el
orden de las cosas.
8. Mas supuesto que la
representación es no sólo de acción perfecta, sino también de cosas terribles y
lastimeras, éstas, cuando son maravillosas, suben muchísimo de punto, y más si
acontecen contra toda esperanza por el enlace de unas con otras, porque así el
suceso causa mayor maravilla que siendo por acaso y por fortuna (ya que aun de
las cosas provenientes de la fortuna aquéllas son más estupendas, que parecen
hechas como adrede; por ejemplo, la estatua de Micio en Argos, que mató al
matador de Micio cayendo sobre su cabeza en el teatro, pues parece que
semejantes cosas no suceden acaso); es consiguiente que tales fábulas sean las
más agradables.
9. De las fábulas, unas son
sencillas, otras complicadas; la razón es porque las acciones de que son
imágenes se ve que son también de esta manera. Llamo acción sencilla aquella
que continuada sin perder la unidad, como queda definido, viene a terminarse
sin peripecia ni anagnórisis; y complicada, la que tiene su terminación con
reconocimiento o mudanza de fortuna, o entrambas cosas, lo cual debe nacer de
la misma constitución de la fábula; de suerte que por las cosas pasadas avengan
natural o verosímilmente los tales sucesos, pues hay mucha diferencia entre
suceder una cosa por estas o después de estas aventuras.
10. La revolución, es según se ha
indicado, la conversión de los sucesos en contrario, y eso, como decimos, que
sea verosímil o forzoso. Así en el Edipo, el que vino a darle buenas nuevas,
con intención de quitarle el miedo de casarse con su madre, manifestándole
quién era, produjo contrario efecto; y en el Linceo, que siendo conducido a la
muerte, y Dánao tras él para dársela, sucedió por las cosas que intervinieron
el que Dánao muriese y se salvase Linceo. Reconocimiento, según lo declara el
nombre, es conversión de persona desconocida en conocida, que remata en amistad
o enemistad entre los que se ven destinados a dicha o desdicha. El
reconocimiento más aplaudido es cuando con él se juntan las revoluciones, como
acontece con el Edipo. Hay también otras suertes de reconocimientos, pues en
las cosas insensibles y casuales acaece a la manera que se ha dicho, y puede
reconocerse si uno hizo tal o no hizo; dado que la más propia de la fábula y de
la acción es sobredicha; porque semejante revolución y reconocimiento causará
lástima y espanto, cuales son las acciones, de que se supone ser la tragedia un
remedo. Fuera de que por tales medios se forjará la buena y la mala fortuna.
Mas por cuanto el reconocimiento de algunos ha de ser reconocimiento, síguese
que se den reconocimientos de dos géneros: algunos de una persona sola respecto
de la otra, cuando ésta ya es conocida de la primera, y a veces es necesario
que se reconozcan entrambas; por ejemplo: Ifigenia fue conocida de Orestes por
el despacho de la carta, y todavía Orestes necesitaba otra señal para que le
conociese Ifigenia. Según esto, dos son en orden a lo dicho las partes de la
fábula: revolución y reconocimiento; otra tercera es la pasión. Pasión es una
pena nociva y dolorosa, como las muertes a la vista, las angustias mortales,
las heridas y cosas semejantes.
11. Las partes, pues, de la
tragedia que como esenciales se deben practicar, ya quedan dichas. Las
integrales, en que como miembros separados se divide, son éstas: prólogo,
episodio, salida y coro. El coro tiene dos diferencias: una es la entrada y
otra la parada. Éstas son comunes a todas las tragedias: propias son las
variaciones de escena y las lamentaciones. El prólogo es una parte entera y
precede a la entrada del coro. El episodio es una parte de por sí, y el
intermedio entre la entrada y la parada del coro. Finalmente, la partida es una
parte entera de la tragedia, después de la cual cesa totalmente la música del
coro. Tocante al coro, la entrada es la primera representación de todo él, y la
parada, el recitado del coro, que no admite anapesto ni coreo. Lamentación es
el llanto común del coro en vista de la escena lamentable. Cuáles sean, repito,
las partes esenciales de la tragedia que se han de poner en obra, consta de lo
referido. Las integrales son las que acabo de apuntar.
12. Ahora conviene añadir
consiguientemente a lo dicho qué cosas han de proponerse y cuáles evitar los
que forman las fábulas, de donde resultará la perfección de la tragedia.
Primeramente, supuesto que la composición de la tragedia más excelente ha de
ser no sencilla, sino complicada, y ésta representativa de cosas espantables y
lastimeras (como es propio de semejante representación), es manifiesto que no
se han de introducir ni personas muy virtuosas que caigan de buena en mala
fortuna (pues eso no causa espanto ni lástima, sino antes indignación), ni
tampoco malvadas, que de mala fortuna pasen a buena (pues ésta entre todas las
cosas es ajenísima de la tragedia, y nada tiene de lo que se pide, porque ni es
humano, ni lastimoso, ni terrible); ni tampoco sujeto muy perverso, que de
dichoso pare en desdichado; porque tal constitución, dado que ocasione algún
natural sentimiento, no producirá compasión ni miedo; porque la compasión se
tiene del que padece no mereciéndolo; el miedo es de ver el infortunio en un
semejante nuestro. Así que tal paradero no parece lastimoso ni temible. Resta,
pues, el medio entre los dichos, y éste será el que no es aventajado en virtud
y justicia, ni derrocado de la fortuna por malicia y maldad suya, sino por
yerro disculpable, habiendo antes vivido en gran gloria y prosperidad, cuales
fueron Edipo, Tiestes y otros ilustres varones de antigua y esclarecida
prosapia. En conformidad de esto, es preciso que la fábula bien urdida sea más
bien de un éxito sencillo, que no doble, como algunos pretenden; y por mudanza,
no de adversa en próspera fortuna, sino al contrario, de próspera en adversa;
no por delitos, sino por algún error grande de las personas, que sean o de la
calidad dicha, o en todo caso antes mejores que peores. Lo que se confirma por
la experiencia. Porque antiguamente los poetas ponían en rima sin distinción
las fábulas ocurrentes; pero ya las fábulas más celebradas están reducidas a
pocas familias, a saber: las de Alcmeón, Edipo, Orestes, Meleagro, Tiestes y
Télefo, y a cuantos otros aconteció padecer o hacer cosas terribles. Por lo
cual, la tragedia según arte más perfecta es de esta forma, y así yerran los
que esto culpan en Eurípides, de que tal hace en las tragedias, muchas de las
cuales terminan en desdichas; siendo eso, como queda declarado, lo que hace al
caso, de lo cual es argumento grandísimo que así en los tablados como en los
certámenes, las tales son celebradas por más trágicas, si salen bien. Y cierto,
Eurípides, si bien no acierta en todo, a lo menos es tenido por el más trágico
de todos los poetas. La segunda forma de tragedia, que algunos llaman la
primera, es la que tiene doble destino (como la Odisea, que acaba en suerte
contraria de los buenos a los malos), y es reputada por la primera por la
decadencia de los teatros, dejándose llevar los poetas del antojo de los
mirones, que no es de tal casta el deleite que se percibe de la tragedia; sino
que será más propio de la comedia, pues en ella, bien que sean entre sí
enemigos tan mortales como Egisto y Orestes, al fin se parten dándose las
manos, y ninguno muere a las del otro.
13. Cabe, sin duda, el formar un
objeto terrible y miserable por arte de perspectiva, y no menos cabe hacerlo
por la constitución bien ordenada de las aventuras, lo que tiene el primer
lugar, y es de poeta más diestro. Porque la fábula se debe tramar de modo que,
aun sin representarla, con sólo oír los acaecimientos, cualquiera se horrorice
y compadezca de las desventuras; lo que avendrá ciertamente al que oyere leer
la tragedia del Edipo. Pero el representar esto por medio de la perspectiva es
cosa de ningún estudio y que necesita de maniobra. Pues ya los que representan
a la vista, no un objeto terrible, sino precisamente monstruoso, no tienen que
ver con la tragedia; que de ésta no se ha de pretender todo linaje de
recreación, sino la que lleva de suyo; y como la que resulta de la compasión y
del terror la debe preparar el poeta mediante la imitación, es claro que se ha
de sacar de los hechos mismos.
14. Vengamos ahora a declarar
cuáles de ellos son atroces y cuáles lastimosos. Vese desde luego ser necesario
que las acciones recíprocas de los hombres sean o entre amigos o entre
enemigos, o entre personas neutrales. Si el enemigo matare al enemigo, no causa
lástima, ni haciéndolo ni estando a punto de hacerlo, sino en cuanto al natural
sentimiento; ni tampoco si se matan los neutrales. Mas los que se ha de mirar
es cuando las atrocidades se cometen entre personas amigas, como si el hermano
mata o quiere matar al hermano, o el hijo al padre o a la madre, o hace otra
fechoría semejante. Verdad es que no es lícito alterar las fábulas recibidas:
como el que Clitemnestra murió a manos de Orestes, y Erífile a las de Alcmeón;
bien que deba el poeta inventar por sí mismo fábulas nuevas o usar con
discreción de las ya recibidas. Expliquemos más qué quiere decir con
discreción. Lo primero, puede cometerse la acción, como la representaban los
poetas antiguos, a sabiendas entre personas conocidas, según que también
Eurípides representó a Medea matando a sus hijos. Lo segundo, se puede cometer
una atrocidad ignorando que lo sea al tiempo de cometerla, y después reconocer
la persona amada, como el Edipo de Sófocles, donde se pone cometido el error
antes del día de la representación. Pero en la tragedia misma se representa en
acto de cometerlo el Alcmeón de Astidamante, y Telégono en la de Ulises herido.
Lo tercero, en fin, cuando está uno para cometer alguna de las cosas irremediables
y la reconoce antes de hacerla, y no hay otra manera fuera de éstas; siendo,
como es necesario, el hacer o no hacer, y a sabiendas o sin saberlo. De todo
esto lo peor es el intentar hacerlo a sabiendas y no ejecutarlo, porque tiene
todo lo perverso y menos de trágico, no padeciendo nadie. De aquí es que
ninguno se vale de ella sino raras veces, como en la Antígona, Emón contra
Creonte. Lo menos malo es si se intenta y se hace. Pero mejor cuando se hace
sin conocerlo, y hecho el mal se reconoce, pues en tal caso falta la intención
perversa y el reconocimiento llena de estupor. Lo más terrible es lo último,
pongo por ejemplo: en el Cresfonte, Mérope intenta matar a su hijo, y no lo
mata, sino que vino a reconocerlo, y en la Ifigenia sucede lo mismo a la hermana con el
hermano, y en la Hele,
estando el hijo para entregar su madre al verdugo, la reconoció. Por esta causa
es dicho antiguo que las tragedias se reducen a pocos linajes, porque buscando
los poetas asuntos, no de inventiva, sino de fortuna, hallaron este modo de
adornarlos en los cuentos sabidos. Así que se ven obligados a recurrir a las
familias en que acontecieron semejantes aventuras. En suma, acerca de la
ordenación de los sucesos, y cómo y cuáles han de ser las fábulas, se ha dicho
lo bastante
15. Acerca de las costumbres se
han de considerar cuatro cosas: la primera y principal, que sean buenas. Las
costumbres como quiera se conocerán si el dicho o el hecho de una persona,
según queda notado, diere a entender la intención con que obra; siendo malas,
si ella es mala, y buenas, si fuere buena, y cada sexo y estado tiene las
suyas. Porque hay mujer buena y buen criado, bien que respecto del hombre, la
mujer es quizá de peor condición, y absolutamente la condición del esclavo es
baja. La segunda cosa es que cuadren bien, pues el ser varonil a la verdad es
bueno, pero a una mujer no cuadra el ser varonil y valiente. Lo tercero, han de
ser semejantes a las nuestras, porque ya está indicado que se ha de mirar a
esto, y es cosa distinta del pintar las buenas y acomodadas al sujeto. Lo
cuarto, de genio igual; y dado que uno sea desigual en el genio, el que le
remeda y hace su papel ha menester mostrarse siempre igualmente desigual. Hay
un ejemplo de modales depravados sin causa en el Meneldo del Orestes, y otro
contra el decoro y congruencia es el llanto de Ulises en la Escila, no menos que la
relación de Menalipe; y de inconstancia, la Ifigenia en Aulide, que en nada se parece después
a la que pedía merced poco antes. Por esta razón es menester, así en la
descripción de las costumbres como de los hechos, tener siempre presente o lo
natural o lo verosímil; que tal persona haga o diga las tales cosas, y que sea
probable o necesario que esto suceda tras esto. De donde consta también que las
soluciones de las dificultades han de seguirse naturalmente de la misma fábula,
y no como en la Medea
por tramoya, y en la Ilíada
la quedada, resulta ya la vuelta. Sí que se podrá usar de arbitrios
sobrehumanos en cosas que no entran en la representación, o son ya pasadas, ni
es posible que hombre las sepa; o en las venideras que piden predicción o
anuncio, porque si bien atribuimos a los dioses el saber todas las cosas, no se
sufre ninguna extrañeza en los hechos, sino es que se presupongan a la
tragedia, como las del Edipo de Sófocles. Y como sea la tragedia imitación de
las personas más señaladas, debemos imitar nosotros a los buenos pintores de
retratos, que, dándoles la forma propia y haciéndolos parecidos al original,
los pintan más hermosos; de la misma manera el poeta representando a los
coléricos y flemáticos, y a los de otras semejantes condiciones, ha de formar
de ellos un ejemplar de mansedumbre o entereza, como Agatón y Homero de
Aquiles. Estas cosas sin falta se han de observar, y además de eso las que por
necesidad acompañan a la poesía para uso de los sentidos, que también es fácil
errar en ellas muchas veces. Pero de las tales se ha escrito lo competente en
los libros sacados a luz de esta materia.
16. Qué cosa es anagnórisis, ya
se tocó arriba, pero es de varias maneras. La primera y menos artificiosa, de
que muchísimos usan por salir del apuro, es por las señas. De éstas unas son
naturales, como la lanza con que nacen los terrígenas, o los lunares, cuales
son los de Carcino en el Tiestes; otras son sobrepuestas; de ellas impresas en
el cuerpo, como las cicatrices; de ellas exteriores como los joyeles, y en la Tiro la barquilla. Aun de
éstas se puede usar más o menos bien. Así, Ulises por la cicatriz, de una
manera fue reconocido por su ama de leche, y de otra por los pastores; siendo,
como son, menos artificiosas las que se muestran para ser creídos, y todas las
demás de este jaez, que las descubiertas impensadamente, cual fue la de Ulises
en los baños. La segunda manera es la inventada por el poeta, y por tanto no
carece de artificio; como en la
Ifigenia, Orestes reconoce a su hermana, siendo después
reconocido por ella: ella por la carta escrita; él por las señas que dio. Éste
dice aquí lo que quiere el poeta, y no en fuerza de la fábula; y por lo mismo está
cerca de incurrir en el vicio notado de falta de artificio, pues igualmente se
pudieran enlazar varias otras cosas. De esa manera es el ruido de la lanzadera
en el Tereo de Sófocles. La tercera es por la memoria de lo pasado, sintiéndose
al ver u oír algún objeto, como en las Victorias de Venus por Diceógenes; el
otro, viendo una pintura, dio un suspiro, y en la conversación de Alcinoo,
Ulises oyendo al citarista y acordándose de sus hazañas, prorrumpió en
lágrimas, por donde fue conocido. La cuarta por vía de argumento, como en las
ofrendas al sepulcro: Algún semejante mío ha venido aquí; ninguno es mi
semejante sino Orestes; luego él ha venido. De esta manera se vale Polides el
sofista en la Ifigenia,
poniendo en boca de Orestes una ilación verosímil; que habiendo sido
sacrificada su hermana, él había de tener la misma suerte. Tal es también la de
Teodectes en el Tideo, quien dice ser nieto del que yendo con esperanza de
hallar a su hijo, pereció en el camino; y la de las hijas de Fileno, las
cuales, mirando el lugar fatal, arguyeron ser inevitable la parca; que su hado
era morir allí, pues allí mismo habían sido expuestas a la muerte recién
nacidas. Hay también cierto argumento aparente por la falsa conclusión del
teatro, como el falso nuncio de Ulises, el cual dijo en prueba que conocería
cuál era su arco (y no le había visto); y el teatro, como le viese acertar,
infirió falsamente que conocía a su dueño. El reconocimiento empero más
brillante de todos es el que resulta de los mismos sucesos, causando admiración
los lances verosímiles, cuales son los del Edipo de Sófocles y de la Ifigenia (donde se hace
verosímil que quisiera escribir); siendo así que los tales brillan por sí
solos, sin necesitar de señales sobrepuestas y dijes; el segundo lugar tienen los
que se hacen por argumento.
17. Mas quien trata de componer
fábulas y darles realce con la elocuencia, se las ha de poner ante los ojos lo
más vivamente que pueda. Porque mirándolas así con tanta evidencia como si se
hallase presente a los mismos sucesos, encontrará sin duda lo que hace al caso,
y no se le pasarán por alto las incongruencias. Buen ejemplo tenemos en
Carcino, en quien pareció mal que hiciese resucitar a su Anfiarao de donde
estaba el templo, y engañose por no mirar el sitio del prodigio como presente;
conque fue silbado en el teatro, ofendidos de esto los mirones. Demás de esto
se ha de revestir cuanto sea posible de los afectos propios, porque ningunos
persuaden tanto como los verdaderamente apasionados; de aquí es que perturba el
perturbado y el irritado irrita de veras. Por eso la poesía es obra del ingenio
o del entusiasmo, porque los ingeniosos a todo se acomodan, y los de gran numen
en todo son extremados. Las fábulas, o antiguas o nuevas, el mismo que las pone
en verso, debe antes proponérselas en general, y después conformemente aplicar
los episodios y entreverar las particularidades. Quiero decir que la fábula de la Ifigenia, por ejemplo, se
puede considerar en general de esta forma: Estando cierta doncella a punto de
ser sacrificada, y desaparecida invisiblemente de entre las manos de los
sacrificantes, y trasplantada a otra región, donde por ley los extranjeros eran
sacrificados a cierta diosa, obtuvo este sacerdocio. El porqué vino allá (a
saber, porque un dios se lo aconsejó por cierto motivo), eso no es del asunto
considerado en general, ni tampoco con qué fin vino. Comoquiera, ya que vino y
fue preso, estando para ser sacrificado, reconoció, y fue reconocido o del modo
imaginado por Eurípides, o del que discurrió Polides, haciéndole decir, según
era verosímil, ser disposición del cielo que no sólo su hermana, sino también
él mismo fuese sacrificado, y de ahí provino su libertad. Hecho esto,
determinando las personas, se forman los episodios, los cuales se ha de
procurar que sean a propósito, como en el Orestes la furia por la cual fue
preso y la libertad so color de la purificación. En la representación, los
episodios son cortos; la epopeya los alarga más. Por cierto que el cuento de la Odisea es bien prolijo, y
se reduce a que andando perdido por el mundo Fulano muchos años, y siendo
perseguido de Neptuno hasta quedar solo; y estando por otra parte las cosas de
su casa tan malparadas, que los pretendientes le consumían las rentas y armaban
asechanzas a su hijo, vuelve a su patria después de haber naufragado, y dándose
a conocer a ciertas personas, echándose al improviso sobre sus enemigos, él se
salvó y perdió a ellos. Éste es el asunto; los demás son episodios.
18. En toda tragedia debe haber
enlace y desenlace. Las cosas precedentes, y muchas veces algunas de las que
acompañan la acción, tejen el enlace; las restantes sirven al desenlace. Quiero
decir que el enlace dura desde el principio hasta la parte última de donde
comienza la mudanza de buena en mala fortuna, o al contrario; y el desenlace
desde el principio de tal mudanza hasta el fin, como en el Linceo de Teodectes
forman el enlace las cosas pasadas y el rapto del niño; el desenlace dura desde
la imputación de la muerte hasta la postre. Hay empero cuatro especies de tragedias,
que otras tantas, dijimos, ser sus partes. Una es la complicada, que toda está
entretejida de revolución y reconocimiento. Otra es la lastimosa, como los
Ayaces y los Ixiones; la tercera es la característica, como las Ptiótidas y el
Peleo; la cuarta es la simple, como las hijas de Forcio y el Prometeo, y
cualesquiera sujetos infernales. A la verdad, un poeta debe hacer todo lo que
pueda por adquirir cuantas más y mayores perfecciones le sean posibles, atento
que vivimos en un tiempo en que no perdonan nada a los poetas; porque habiendo
florecido poetas excelentes en cada una de estas partes, pretenden que uno solo
se haya de aventajar a todos en la excelencia propia de cada uno. Lo que sí es
demanda justa: que no se diga ser otra la tragedia, siendo la misma ni más ni
menos que si fuese la misma fábula. Y esto se verifica de las que tienen el
mismo enlace y desenlace. También hay muchos que enlazan bien y desenlazan mal;
pero es preciso que ambas cosas merezcan siempre aplauso y que no se haga de la
tragedia un poema épico. Llamo aquí poema épico un compuesto de muchos cuentos,
como si uno quisiese meter toda la
Ilíada en sola una tragedia; pues en ella, por ser tan
dilatada, las partes guardan la magnitud correspondiente, pero en los actos
dramáticos lo prolijo es contra la opinión recibida. En prueba de esto, cuantos
han tomado por asunto la conquista entera de Troya y no por partes, como
Eurípides en la Niobe
y la Medea (al
revés de lo que hizo Esquilo), o son reprobados o salen mal en el certamen, y
así es que Agatón cayó en nota por esto sólo. En las revoluciones y en las
acciones sencillas se logra lo que se desea por maravilloso, por ser esto de
suyo trágico y agradable. Lo cual sucede cuando un hombre sagaz, pero malo, es
engañado, como Sísifo, y algún valiente, pero injusto, es vencido; ni a eso se
opone la verosimilitud, antes, como dice bien Agatón, es verosímil que sucedan
muchas cosas contra lo que parece verosímil. En la representación es menester
que hable el coro por boca de una sola persona y que sea parte del todo,
favoreciendo al buen partido, no al uso de Eurípides, sino al de Sófocles. Pero
lo que otros poetas permiten al coro no parece que sea más de la fábula o
tragedia que se representa que de otra, y así cantan ahora los intermedios, a
que dio principio Agatón. Y cierto, ¿qué más tiene o cantar intermedios o
insertar relaciones de un episodio en otro, y aun el episodio entero de una
pieza diversa?
19. Ya se ha tratado de las demás
cosas; réstanos hablar del estilo y de la sentencia, si bien lo concerniente a
la sentencia, en los libros de la
Retórica, como más propio de aquel arte, queda declarado. En
la sentencia se contienen todas cuantas cosas se deben adornar con el estilo,
cuales son el demostrar, el desatar los argumentos y el conmover los afectos; a
saber: la compasión, el temor o la ira y otros semejantes; también el
amplificar y el disminuir. Por otra parte, es evidente que también es preciso
valerse de los mismos arbitrios en las representaciones, siempre que sea
necesario ponderar lances, o lastimosos, o atroces, o grandiosos, o
verosímiles. La diferencia está en que unas cosas se han de representar sin
discursos; otras, por necesidad, debe mostrarlas el que habla razonando, y
darles eficacia en virtud del razonamiento; donde no, ¿qué serviría la persona
que habla si las cosas por sí solas agradasen y no por sus palabras? En orden
al modo de decir hay cierta especie de doctrina, la cual regula los gestos de
la pronunciación, y se ha de aprender de la farsa y del que posea el primor de
este arte; v. g.: qué significa mandato, qué súplica, qué narración, qué
amenaza, qué pregunta, qué respuesta y lo que frisa con esto. Pues por la
noticia o ignorancia de estos ademanes, ninguna tacha resulta en la poética, a
lo menos que sea digna de aprecio. Porque ¿quién se podrá persuadir a que hay
falta en lo que reprende Protágoras, que, en vez de suplicar, mandaba el que
dijo: «Canta, diosa, el enojo», por cuanto nota éste que el mandar hacer o no
tal cosa es precepto? Así déjese esto a un lado, como materia de otra facultad,
y no de la poética.
20. Las partes de toda suerte de
habla son éstas: elemento, sílaba, conjunción, nombre, verbo, artículo, caso,
palabra. Elemento es una voz indivisible, no como quiera, sino aquella de que
se puede formar pronunciación articulada, ya que también las voces de las
bestias son indivisibles, ninguna de las cuales llamo elemento. Éste se divide
en vocal, semivocal y voz muda. Vocal es la que sin adición alguna tiene voz
inteligible, cuales son el A y la O. Semivocal, la que impelida de otra se
pronuncia, cuales son la R
y la S. Muda
es la que con impulso ningún sonido hace por sí, pero unida con la que lo
tiene, se hace inteligible. Tales son la
G y la D.
Éstas difieren en la pronunciación por los gestos y situaciones de la boca, por
la blandura y aspereza, por ser largas y breves; y también por el acento agudo,
grave y circunflejo. De cada una de éstas conviene instruirse por medio del
arte métrica. Sílaba es una voz no significativa, vocal o compuesta de
semivocal, o muda unida con la vocal. Así, gr sin vocal no es sílaba, y con la
vocal a, v. g.: gra viene a serlo. Pero el enseñar estas diferencias también
pertenece al arte métrica. Conjunción es una voz no significativa, que ni
estorba ni hace que una voz significativa se pueda componer de muchas voces, ya
en el extremo, ya en medio de la cláusula, si no fuese más a propósito por su
calidad ponerla al principio, v. g.: A la verdad, Por cierto, Sin duda, o será
una voz no significativa compuesta de muchas voces, capaz de unir las voces
significativas. Artículo es una voz no significativa, la cual muestra el
principio o el fin, o la distinción de la palabra; v. g.: Lo dicho, Acerca de
esto, etc., o sea una voz no significativa, que ni quita ni pone, que una voz
significativa pueda componerse de muchas voces, tanto en el extremo como en el
medio. Nombre, es una voz compuesta significativa sin tiempo, de la cual parte
ninguna significa de por sí, pues aun en los nombres formados de dos dicciones
no se usa el que una parte signifique separada de la otra; v. g.: en Teodoro,
el doro no significa. Verbo es una voz compuesta significativa con tiempo, de
la cual ninguna parte significa separadamente, como se dijo del nombre. Así es
que esta voz, Hombre, y estotra, Blanco, no significa el cuándo; mas éstas:
Anda y Anduvo, lo significan; la primera, el tiempo presente, y la segunda, el
pasado. El caso es del nombre y del verbo: uno es oblicuo, como Según esto o
Para esto, y los semejantes; otro recto, en singular o plural, como los
Hombres, el Hombre. El del verbo es, según las personas y modos de interrogar o
mandar, pues Andaba él y Anda tú, casos son del verbo a la manera dicha.
Palabra es una voz compuesta significativa, de cuyas partes algunas significan
por sí, mas no siempre con tiempo, porque no toda palabra se compone de nombres
y verbos, como se ve en la definición del nombre, sino que puede haber palabra
sin verbo; lo que sí tendrá siempre es alguna parte significante, v. g.: en
esta Cleonte anda el Cleonte. La palabra es una de dos maneras: o porque
significa una cosa sola o un complejo de muchas cosas; así, la Ilíada es una por el
complejo, pero la definición del nombre significa una sola cosa. Las especies
del nombre son varias: una simple (yo llamo simple la que no se compone de
partes significantes); otra es doble, y de esta cual se compone de parte
significante y de no significante, cual de partes todas significantes. Podríase
también dar nombre triplo y cuádruplo, como son muchos de los megaliotas, verbigracia:
Hermocaicoxanto.
21. Verdad es que todo nombre o
es propio, o forastero, o metáfora, o gala, o formado de nuevo, o alargado, o
acortado, o extendido. Llamo propio aquel de que todos usan, y forastero, el
que los de otra provincia. De donde consta que un mismo nombre puede ser propio
y forastero, mas no para unos mismos. Porque Siguyno para los chipriotas es
propio, y para nosotros extraño. Metáfora es traslación de nombre ajeno, ya del
género a la especie, ya de la especie al género, o de una a otra especie, o
bien por analogía. Pongo por ejemplo, del género a la especie: Paróseme la
nave, siendo así que tomar puerto es una especie de pararse. De la especie al
género: Más de diez mil hazañas hizo Ulises, donde diez mil significa un número
grande, de que usa Homero aquí en vez de muchas. De una especie a otra especie:
El alma le sacó con el acero; Con duro acero cortó la vida; puso sacar y cortar
recíprocamente, porque ambos a dos verbos significan quitar algo. Traslación
por analogía es cuando entre cuatro cosas así sea la segunda con la primera
como la cuarta con la tercera: con que se podrá poner la cuarta por la segunda
y la segunda por la cuarta; y a veces, por lo que se quiere dar a entender, lo
que dice respecto a cosa diversa, v. g.: Lo que la bota es para Baco, eso es la
rodela para Marte; dirase pues: la rodela, bota de Marte, y la bota, rodela de
Baco; como también, lo que es la tarde respecto del día, eso es la vejez
respecto de la vida, con que se podrá decir: la tarde vejez del día, y la vejez
tarde de la vida; o como dijo Empédocles: El Poniente de la vida. Y aunque hay
cosas que no tienen fijo nombre de proporción, todavía se les puede aplicar por
semejanza, v. g.: el arrojar la simiente se dice sembrar, y el rayar de la luz
del sol carece de nombre; pero lo mismo es esto respecto del sol que la
simiente respecto del sembrador. Por eso se dijo: Sembrando la luz divinamente
hecha. De otra manera se puede usar de esta especie de metáfora, tomando lo
ajeno y añadiendo algo de lo propio, como si uno llamase a la rodela bota de
Marte, sí, pero sin vino. Formado nuevamente será el nombre que nadie ha usado
jamás y lo finge de suyo el poeta; que varios, al parecer, son tales, como el
llamar ramas a los cuernos del ciervo y suplicador al sacerdote. El alargado es
cuando la vocal breve se hace larga, o se le interpone una sílaba. El acortado,
cuando se le cercena algo de lo suyo o de lo interpuesto. Ejemplo del primero
es de la cidá, por de la ciudad; y Pelideano, hijo de Peleo, por Pelides. Del segundo,
dizque, por dicen que, y en casdé, por en casa de; y lo del otro: Una es de
ambos la mira, por mirada; como también si de dos vocales se hace una; v. g.:
ves por vees. Extendido es cuando parte se deja y parte se añade; v. g.: contra
el pecho derechísimo, por derecho. Los nombres se dividen en masculinos,
femeninos y medios o neutros. Los masculinos acaban todos en N, en R o en una
de estas dos letras dobles: Ps, Cs mudas. Los femeninos, que también son de
tres maneras, acaban siempre en vocales largas, a saber, en E y O, o vocal que
se pueda alargar, como la A,
de suerte que tantas terminaciones vienen a tener los masculinos como los
femeninos. Porque las terminaciones en Ps y Cs entrambas acaban en S. Pues no
hay siquiera un solo nombre cuya terminación sea en consonante ni en vocal
breve. Los acabados en I son tan solamente tres, es a saber éstos: Meli, Commi,
Peperi; los en Y estos cinco: poy, napy, gony, dory, asty. Los neutros o medios
ya se sabe que han de acabar en I y en V, como también en N y S.
22. La perfección del estilo es
que sea claro y no bajo. El que se compone de palabras comunes es sin duda
clarísimo, pero bajo. Buen ejemplo pueden ser las poesías de Cleofonte y
Estenelo. Será noble y superior al vulgar el que usa de palabras extrañas. Por
extrañas entiendo el dialecto, la metáfora, la prolongación y cualquiera que no
sea ordinaria. Pero si uno pone juntas todas estas cosas, saldrá un enigma o un
barbarismo. Si todas son metáforas, será enigma; si todas dialectos, parará en
barbarismo, puesto que la formación del enigma consiste en unir hablando cosas
existentes, al parecer incompatibles; por la junta de nombres es imposible
hacer esto, mas con metáforas es bien fácil; como el otro que dijo: He visto un
hombre que con cobre pagaba fuego sobre otro hombre, y semejantes acertijos. De
la confusión de los dialectos procede el barbarismo. Por lo cual se han de usar
con discreción en el discurso. Así que la variedad del dialecto, la metáfora y
el adorno y las demás figuras referidas harán que el estilo no sea plebeyo ni
bajo, y lo castizo de las palabras servirá para la claridad. Ni es poco lo que
contribuyen a que sea claro y no vulgar el estilo las prolongaciones y
abreviaciones y extensiones de los nombres; pues en cuanto tienen diversa forma
de la común, por ser fuera de lo usado, harán que no parezca vulgar, y en
cuanto guardan parte de lo usado, conservarán la claridad. Por donde sin razón
se burlan los que censuran esta manera de estilo y hacen mofa del poeta; de los
cuales es uno Euclides el viejo; como si fuese cosa muy fácil el versificar,
una vez que se permita el alargar las sílabas cuanto se quiera, haciendo de
yambos espondeos, conforme lo pide el verso, y traen, por ejemplo, éste: A
Heticaris he visto a Maratona yendo, y estotro: Y si aun su heléboro no ha
nacido. Sea norabuena cosa ridícula el hacer gala de usar a su antojo de esta
licencia. La moderación es necesaria igualmente en todas las figuras; pues
quienquiera que usare las metáforas, y los dialectos, y los demás adornos sin
juicio y con afectación, caerá, efectivamente, del mismo modo en varias
ridiculeces. Mas cuánto valga el decente atavío en los versos, conocerase por
esto: mude uno los nombres figurados moderadamente por razón del dialecto, de
las metáforas y de las demás bellezas, en los nombres ordinarios, y verá ser
verdad lo que decimos. Por ejemplo: haciendo un mismo verso yámbico Esquilo y
Eurípides, mudando éste una sola palabra por la común usada, en frase nueva, ya
su verso es elegante; y el de aquél frío, porque dijo Esquilo en el Filoctetes:
Gangrena de mi pie come lo momio, y Eurípides, en lugar de Come puso Se regala.
Y si por el verso de Homero, ¡Un apocado a mí, cenceño y zopo!, sustituyere
otro así de frases comunes: ¡A mí, siendo pequeño, vil y feo! Y por éste: El
coche malparado, y parca mesa, este otro: Una calesa mala, y corta mesa; y en
lugar de aquello, Las riberas vocean, diga: Las riberas claman. Asimismo
Arifrades befaba los poetas trágicos, porque usan modos de hablar que ninguna
usaría en la conversación; como De las casas fuera, y no, Fuera de las casas;
Detigo, por De ti; Aquese, por ese, y De Aquiles respecto, y no Respecto de
Aquiles; y tantos otros términos semejantes. Mas no tiene razón, porque todas
estas cosas, por no usarse comúnmente, hacen que el estilo no sea vulgar, y
Arifrades no quería entenderlo. Por tanto, es cosa grande sin disputa el usar
de cualquiera de estas cosas oportunamente; pero grandísima el ser metafórico,
porque sólo esto es lo que se puede practicar sin tomarlo de otro, y es indicio
de buen ingenio; pues aplicar bien las metáforas es indagar qué cosas son entre
sí semejantes. De los nombres, los compuestos cuadran mejor a las canciones,
así como los varios dialectos a los poemas heroicos, y las metáforas a los
yámbicos; y si bien todas las cosas dichas son de apreciar en los heroicos,
todavía en los yámbicos, por cuanto imitan todo lo posible el estilo familiar,
son más conformes aquellos nombres que no desdirían en las conversaciones.
Tales son los que acompañan la propiedad con la metáfora y ornato. En fin,
acerca de la tragedia, y lo que también conviene a la comedia, bástenos lo
dicho.
Capítulo IV
1. Por lo tocante a la facultad
narratoria, y que hace su imitación sólo en verso, es cosa manifiesta que se
han de componer las fábulas como las representaciones dramáticas en las
tragedias, dirigiéndose a una acción total y perfecta que tenga principio,
medio y fin, para que, al modo de un viviente sin mengua ni sobra, deleite con
su natural belleza, y no sea semejante a las historias ordinarias, donde
necesariamente se da cuenta, no de un hecho, sino de un tiempo determinado,
refiriéndose a él cuantas cosas entonces sucedieron a uno, o a muchos, sin otra
conexión entre sí más de la que les deparó la fortuna. Pues como al mismo
tiempo se dio la batalla naval delante de Salamina, que fue la pelea de los
cartagineses en Sicilia, sin tener relación con un mismo fin, así también, en
tiempos diversos, a veces una cosa se hace tras otra, sin que de las dos, en
fin, sea uno mismo. Mas casi todos los poetas imitan en esto a los
historiadores, al contrario de Homero, como habemos dicho; que aun por eso
muestra un no sé qué de divino en comparación de los demás en no haber abarcado
toda la guerra troyana, bien que tuviese su principio y fin, considerando que
sería excesivamente grande y menos comprensible; o si no excedía en la
grandeza, saldría muy enmarañada con tanto cúmulo de cosas. Así que tomando por
asunto una parte, mete muchas de las demás en los episodios; como la revista de
las naves y otras digresiones con que variamente teje su poema. Pero los otros
forman los suyos sobre una persona, sobre un tiempo o sobre una acción de
muchos cabos; v. g.: Las Victorias de Venus, la pequeña Ilíada. De ahí es que la Ilíada y Odisea, cada una
de por sí, da materia para una tragedia sola, o a lo más para dos; mas de Las
Victorias de Venus se han compuesto muchas y de la pequeña Ilíada más de ocho,
como La sentencia de las armas, Filoctetes, Neoptolemo, Euripilo, El Medicante,
la Helena, El
Incendio de Troya, El Retorno de las Naves, el Sinón y Las Troyanas.
2. Además de esto, la epopeya
debe tener las mismas calidades que la tragedia (debiendo ser o sencilla, o
complicada, o moral, o lastimosa), y también las partes mismas, fuera de la melodía
y perspectiva; puesto que ha de haber en ella revoluciones, reconocimientos y
perturbaciones; y asimismo las sentencias y el estilo han de ser brillantes.
Todo lo cual ha observado Homero el primero, y siempre como conviene; porque de
tal arte compuso cada uno de sus poemas, que la Iliada es sencilla y
afectuosa; la Odisea,
complicada, reinando en toda ella el reconocimiento y la distinción de los
caracteres. Pues ya en el estilo y en el modo de pensar es infinitamente
superior a todos.
3. Sin embargo, la epopeya es
diferente por la longitud del contexto y por el metro. El término conveniente
de la longitud ya está insinuado; de suerte que pueda uno hacerse cargo al
mismo tiempo del principio y del fin; y esto se logrará si las composiciones
fueren menos prolijas que las de los antiguos, y equivalentes a muchas
tragedias propuestas a la censura de un auditorio crítico. Es así que la
epopeya tiene mucho a su favor, para poder alargarse más; por cuanto en la
tragedia no es posible imitar muchas cosas hechas a un tiempo, sino solamente
aquella parte que requieren la escena y los representantes. Mas en la epopeya,
por ser mera narración, cabe muy bien el unir en verso muchas partes con sus
cabos, por las cuales, siendo propias, crecerá la estructura del poema. De
manera que tiene esta prerrogativa para ser más grandiosa y divertir al oyente,
y variar los episodios; puesto que la uniformidad, saciando presto, es causa de
que las tragedias desagraden.
4. En orden al verso, el heroico
es el que mejor ha probado por la experiencia, pues si uno quisiese hacer la
imitación narratoria en cualquier otro verso o en varios, parecería, sin duda,
disonante; cuando, al contrario, el heroico es el más pausado y grave de los
metros; y aun por eso recibe mejor que ninguno dialectos y metáforas; al paso
que la ligereza de los otros es impropia para la narrativa, siendo así que el
yámbico y el tetrámetro son naturalmente ligeros; este saltarín, y aquél
activo. Todavía fuera cosa más absurda el mezclarlos todos a ejemplo de Kerémon.
Por tanto, nadie ha hecho composición larga en otro metro fuera del heroico, y
es que la naturaleza misma enseña a discernir lo conveniente.
5. Entre todos, Homero merece ser
alabado, así por otras muchas cosas, como principalmente porque sólo él sabe lo
que corresponde a su oficio; pues el poeta debe hablar lo menos que pueda en
persona propia, no siendo en eso imitador. Al revés, los demás se empeñan
continuamente en decir sus razones, imitando pocas cosas y raras veces. Mas
éste, haciendo la salva en pocas palabras, introduce inmediatamente a un
hombre, o a una mujer, o a otro sujeto, y ninguno sin divisa, sino revestido de
su propio carácter.
6. A la verdad, en las
tragedias es menester emplear lo maravilloso; pero mucho mayor proporción tiene
para eso la epopeya; la causa es porque no se ve con los ojos la persona
operante. Por cierto, si se representara en el teatro la carrera de Aquiles
persiguiendo a Héctor, parecería bien ridícula, mirando a tantos soldados
quedos sin moverse, y a él que les hace señas que nadie le siga; mas en los
versos se disimula más fácilmente, y lo maravilloso deleita; de lo cual es buen
indicio que los que se ponen a contar cuentos prometen esto a fin de ganar las
voluntades.
7. Homero es también el que con
arte ha enseñado a los demás a contar fábulas con visos de verdad, lo que viene
a ser paralogismo, creyendo vulgarmente los hombres que, dada o hecha esta
cosa, resulta ordinariamente esa otra; y si la última existe, también debió
existir o hacerse la primera; y esto engaña, por cuanto cabe que la primera sea
falsa, ni es tampoco absolutamente necesario que por existir ésta se haga o se
siga esotra, o al revés: dado que nuestra mente, conociendo ser cierta esotra,
infiere falsamente que también la primera lo es. En todo caso, más vale elegir
cosas naturalmente imposibles, con tal que parezcan verosímiles, que no las
posibles, si parecen increíbles. Ni menos se han de componer las fábulas de
partes chocantes a la razón; antes se ha de poner grandísimo cuidado en que
ninguna sea tal; y a no poder más, supóngase fuera de la representación, como
el no haber sabido Edipo de qué manera fue la muerte de Layo, y nunca dentro
del acto; como en la Electra
las nuevas de los juegos pitios, o en los Misios el Mudo que viene de Tegea a
Misia. Por lo demás, el decir que de otra suerte no tendría lugar la fábula, es
cosa de risa, porque primeramente no hay necesidad de valerse de tales fábulas,
y cuando sean admitidas, se ha de disimular el absurdo del modo más razonable,
ya que las cosas inverosímiles, como aun en la Odisea el desembarco,
claramente se vería no ser tolerables, si un mal poeta las refiriese. Mas en
nuestro caso, el poeta, sazonando la narración con otros primores, logra
encubrir el absurdo. Finalmente se ha de atender a la variedad del estilo en
los lugares estériles, y no en los patéticos y sentenciosos; puesto que al
trocado el estilo demasiadamente brillante oscurece los afectos y las
sentencias.
Capítulo V
1. Viniendo a las objeciones que
se hacen y a las soluciones que se dan, se verá claramente de cuántas y cuáles
especies sean, por las reflexiones siguientes: Siendo el poeta imitador a
manera o de pintor o de cualquier otro autor de retratos, ha de imitar por
precisión una de estas tres cosas, a saber: cuáles fueron o son los originales;
cuáles se dice y piensa que hayan sido, o cuáles debieran ser. Y estas cosas
las expresa con su habla o también con dialectos y metáforas. En el mismo modo
de hablar las diferencias son muchas, ya que a los poetas concedemos esta
licencia. Es de advertir también que no es una misma la norma de la poética que
la de la política, y de otro cualquier arte que sea. En la poética, considerada
por sí sola, se puede pecar de dos maneras: una en la sustancia, otra en algún
accidente. Si eligiese imitar lo que no es imitable, pecaría en la sustancia;
mas tomando al sesgo la cosa, será error accidental, como pintar un caballo que
mueve a un tiempo los dos pies derechos. Asimismo es accidental el yerro
cometido contra cualquier arte; v. g.: la Medicina, u otra, o si se fingen cosas
imposibles. Estos defectos, pues, cualesquiera que sean, no tocan en la
sustancia.
2. De donde reflexionando se ha
de satisfacer a las objeciones en que se achacan faltas. Porque primeramente,
si se han fingido cosas imposibles para imitarlas según arte, se habrá errado;
pero será con acierto, si el arte hubiere logrado su fin (cuál es el fin ya
está dicho), puesto que así haga más estupendo el asunto en todo o en parte;
por ejemplo: la carrera tras Héctor. Que si el fin se pudiese conseguir poco
más o menos sin eso conforme a las reglas del arte, no será excusable la culpa,
porque se debe, si cabe, de todas maneras evitar el yerro. Todavía éste es
menos perdonable cuando se comete contra las reglas del arte, que no por otro
accidente, pues menos reprensible sería el pintor en ignorar que la cierva no
tiene cuernos, que no en sacar mal su retrato.
3. Fuera de esto, si es tachado
el poeta de que no es así lo que cuenta, responderá: mas así debe ser; a
ejemplo de Sófocles, que decía pintar él las personas cuales deben ser, y
Eurípides, cuales son. Y si eso no alcanza, responder que así lo dicen; ni hay
otra respuesta en las cosas de los dioses. Tal vez no bastará decir: Así está
mejor, ni Es cierto, ni tampoco, Así lo dicen, sino La fortuna lo quiso así,
como solía Xenófanes, por ventura confesando no ser lo mejor, pero que así se
usaba, según aquello de las armas: Y las lanzas plantadas en el suelo, porque
así lo estilaban entonces, como hasta el día de hoy los ilirios. Ahora, para
saber si lo que Fulano dijo o hizo está bien o mal dicho, o hecho, no basta
mirar sólo al dicho o al hecho, si es bueno o es malo; sino que también se ha
de considerar quién lo dice o lo hace, y a quién y cuándo, y en qué forma, y
por qué causa; v. g.: si es por amor de mayor bien el hacerlo o por temor de
mayor mal el no hacerlo.
4. Lo que se opone contra las
palabras, se ha de refutar distinguiendo, como si es dialecto, v. g.: Primero
hirió las bestias; pues quizá no quiere decir los mulos, sino los veladores; y
en lo de Dolon, Era sí de mal talle mas ligero, no significa el cuerpo
contrahecho, sino el rostro feo, porque los cretenses llaman de buen parecer al
de rostro hermoso; y también aquello: Echa del más fino, no entiende vino puro
y sin mezcla, sino Hazlo presto. A veces se habla por metáfora, como Toda la
noche en sueño sepultados los otros dioses y hombres estuvieron, donde toda se
pone por mucha parte de la noche, siendo el todo una especie de mucho. Asimismo
es metáfora: Mirando en el ejército troyano; A la voz del clarín y de la
trompa; De hombres el rimbombo. Y hablando de la estrella del Norte: La cual
sola no baña el océano, porque aunque otras tampoco se ponen, ésta es la más
conocida. Varíanse también las palabras por la distinción del acento. De esta
suerte, Hipias el Tasio interpretaba lo del sueño Darle, y no Dámosle; y lo del
palo seco: El cual no está podrido por la lluvia; en lugar de la significación
contraria: Do cierto está podrido por la lluvia. También por la diversa
puntuación, como en aquellos versos de Empédocles:
Hiciéronse mortales
Las cosas que antes eran
inmortales;
Mezcladas antes, luego
separadas,
Mudaron de moradas.
Hay también palabras ambiguas, por ejemplo: Ya lo más de
la noche era pasado; el más es ambiguo, y entiéndese Lo más de dos partes, y no
Más de las dos partes. Igualmente se ha de atender al uso de las palabras. Así
dicen mezclar el vino por echarlo, aunque sea puro. De aquí es también el
decir: Botín de estaño, arnés flamante y nuevo, y broncistas a los que
trabajaban el hierro. De donde se dijo también Ganimedes a Júpiter servir copa
de vino; no bebiendo vino los dioses, sino néctar, si bien esto se puede
explicar por metáfora.
5. Pero cuando el nombre, al
parecer, significa alguna contrariedad, es menester examinar cuantos
significados admite lo que se dice, como Allí el dardo acerado se detuvo, por
ser embarazado del escudo. Esto que decimos de los muchos significados tiene
lugar en cierto modo dondequiera; mayormente contra los que se figuran las
cosas al revés de lo que significan, porque hay algunos, como dice Glaucon,
preocupados sin razón, que, después de haber condenado al poeta, se ponen a
discurrir y tachar, y como si hubiese dicho lo que se les antoja, le dan por
culpado, si les parece contrario a sus preocupaciones. Esta suerte han padecido
las cosas atribuidas a Icario; por cuanto los censores haciéndole lacedemonio,
sin más ni más deciden ser despropósito que Telémaco no encontrase con él
viniendo a Lacedemonia. Pero quizá es más cierto lo que dicen los cefalenos que
Ulises se casó en su tierra. Pues la objeción de que su nombre es Icadio, y no
Icario, lejos de ser fundada, a mi ver, es error manifiesto.
6. En suma, lo que se dice
imposible se ha de sanear alegando ser conforme a poesía, o mejor, o según el
común sentir. Y cierto que por respeto a la poesía conviene antes escoger un
asunto, aunque parezca imposible, si es creíble, que otro posible, no siendo
creíble; que tales han de ser los retratos cuales los pintaba Zeuxis, siempre
atento a lo más perfecto, pues lo que se pone por ejemplar es preciso que sea
excelentísimo en su línea. Si se dice que son cosas contra razón, responder del
mismo modo, y aun tal vez negarlo absolutamente; porque también es verosímil
que sucedan cosas contra toda verosimilitud. Las que se arguyen de
contradicción se han de valuar al contraste de la lógica; v. g.: si es lo
mismo, según lo mismo, y del mismo modo; o si es una misma persona, si hace
relación a las cosas que dice ella misma, o a las que un hombre cuerdo supone
por ciertas. Entonces sí que será justa la censura, cuando sin necesidad alguna
el poeta fingiere irracionalmente cosas mal parecidas o mal hechas, como
Eurípides del Egeo en la Medea,
y de Menelao en Orestes. En fin, las objeciones que se hacen a los poetas son
de cinco especies: que dicen cosas imposibles, o irracionales, o ajenas del
asunto, o contradictorias, o no conformes al arte. Las soluciones se han de
tomar de las excepciones, que en todas son doce.
Capítulo VI
1. Ahora se podría con razón
dudar cuál es mejor: la imitación de la epopeya o la que hace la tragedia. Que
si la menos mecánica es la mejor, y por lo mismo pide espectadores más
inteligentes, claro está que la que todo lo remeda es bien mecánica. Por eso los
representantes, como que nada entienden los mirones si no se lo hacen palpable,
se mueven de mil maneras a modo de los malos flauteros, que cuando tocan la
tonada del disco, se bambolean, y cuando la de la Escila, se agarran del
corifeo. Por cierto, la tragedia es tal, y es así que aun los farsantes
antiguos han hecho este juicio de los nuevos; pues Menisco llamaba mono a
Calipedes, viéndole tan extremado en los gestos y meneos; igual concepto se
tenía de Píndaro, y como éstos son mirados respecto de los otros, así es
reputada toda su arte respecto de la epopeya. Ésta, por el contrario, dicen, se
hizo para espectadores razonables, por lo cual no echan menos figuras extrañas.
Mas la tragedia es para gente insensata; luego siendo, como es, tan mecánica,
habrá de ser peor sin rastro de duda.
2. A esto, sin embargo, se
responde lo primero que la tacha no es de la poética, sino de la farsa; ya que
aun en la epopeya se puede abusar de las gesticulaciones, recitando los versos
como lo hacía Sosistrato, y cantándolos como Mnasiteo el Opunteño. Lo segundo,
no todo movimiento se ha de reprobar, pues que ni la danza se reprueba, sino el
de los figureros; lo cual se culpaba en Calipedes, y hoy en día en otro, que
parecen remedar a las malas mujeres. Lo tercero, la tragedia sin movimiento
chico ni grande puede hacer también su oficio como la epopeya, siendo así que
con sola la lectura muestra qué tal es; conque si por lo demás es mejor, por
esotro que no ha menester ciertamente, no pierde nada.
3. Fuera de que tiene todo lo que
la epopeya (pues admite igualmente el metro), y además de eso tiene una parte
propia suya bien considerable: la música y la perspectiva, por cuyo medio los
sentidos evidentísimamente perciben los deleites. Añádese que pone las cosas
delante de los ojos no sólo por la lectura, sino también por la representación
de los hechos. Sobre todo, el fin de la imitación se logra en ella más presto;
porque reducido a tiempo más corto, deleita mucho más que si se dilata por
largo espacio. Pongo por ejemplo: si uno extendiese el Edipo de Sófocles en
tantos versos cuantos contiene la
Ilíada.
4. Dejo aparte que la imitación
de los poetas épicos, cualquiera que sea, nunca es tan una como la trágica. La
prueba es que de cualquier poema épico se hacen muchas tragedias. Lo cual es
tanta verdad, que si tratan de componer una sola fábula, por necesidad, o
queriendo abreviarla, la sacan manca; o dejándose llevar de la copia de versos,
queda lánguida; que si amontonan muchas, es decir, una compuesta de muchas
acciones, ya no es una; como sea que la Ilíada y Odisea tienen muchas partes de este
género, que por sí solas tienen suficiente grandeza; no obstante que los dichos
poemas están compuestos, cuanto cabe, perfectísimamente, y son sin comparación,
más que otro ninguno, imitación de una acción sola. Luego si la tragedia se
aventaja en todas estas cosas, y todavía más en el efecto propio del arte
(supuesto que se ordenan ambas a causar no una recreación caprichosa, sino la
que va dicha), habrá de ser mejor que la epopeya, como quien toca su fin más
pronta y derechamente.
5. En conclusión, acerca de la
tragedia y de la epopeya, tanto de ellas como de sus especies y de sus partes,
cuántas son y en qué se diferencian, y cuáles son las causas de lo bien o mal
hecho, y asimismo de las objeciones y soluciones, no tengo más que decir.
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